Forman parte de nuestras vidas y están en todas las cosas que nos rodean, en los equipos y herramientas que usamos a diario, desde los más sencillos hasta los más sofisticados, están incluso en nuestra alimentación, pero pocas veces o tal vez nunca nos detenemos a pensar sobre su origen.
El origen es variado, pero en gran parte tiene procedencia ígnea, que quiere decir que se cristalizaron y solidificaron de una masa de roca fundida que conocemos como magma.
Así se formaron las micas, los feldespatos, la hornablenda (los que tienen color entre negro y verde oscuro, subgrupo de los anfíboles) y el cuarzo de los granitos. Muchas veces también, ocurrió una metamorfosis producto de altas temperaturas y presiones muy elevadas que desencadenaron una reconstitución de los materiales.
El ejemplo típico de los libros de texto es el mármol, que se produce de la recristalización de la caliza, la calcita de mármol. Otra roca metamórfica por calor y presión es la pizarra de techar, que se derivó de lutita o limolita.
El cuerpo humano contiene numerosos minerales y necesita de ellos en su dieta diaria para mantener los huesos y las células saludables.
El calcio es importante para la actividad de muchas enzimas y el desarrollo de huesos y dientes.
Igual sucede con el fósforo, indispensable para la absorción del calcio y la conversión de proteínas para el crecimiento, mantenimiento y reparación de células y tejidos.
Otra fuente que existe sobre el origen de los minerales es la intemperización, cuando materiales parentales son expuestos a las condiciones de la superficie terrestre, donde muchas rocas se vuelven inestables. La erosión estos materiales y los minerales librados de las rocas ígneas son llevados a lugares donde se acumulan en capas que posteriormente conforman arenisca, lutita y conglomerado. Los elementos disueltos por el agua vuelven a cristalizarse en forma aglutinante o como cemento o también como nuevos elementos.
El magnesio es esencial para activar muchas enzimas. Las mejores fuentes son: algas marinas, frutas cítricas, vegetales de hojas verdes como brócoli, frutos secos, repollo, cereales integrales y tofu.