Dejar los zapatos a la entrada de una casa es algo que me ocurrió muy pocas veces, antes de la peste, cuando las circunstancias me llevaron a sofisticados restaurantes asiáticos que conservan la antigua costumbre oriental.
La idea de llevar el coronavirus adherido a las suelas motivó que numerosas personas adopten esa costumbre y desde que dictaron las primeras medidas sanitarias, en la primera de las cuarentenas, decidimos en mi familia dejar los zapatos a la entrada y cambiarlos por pantuflas. Mis vecinos hacen lo mismo.
Los japoneses tienen la idea que al ingresar a una casa se está entrando a un espacio sagrado, que no debe ser contaminado con todo lo sucio que existe en la calle. Lo mismo ocurre en países como China, Corea y Turquía, entre varios otros.
Eso de quitarse los zapatos, además de ser una costumbre sanitaria, encierra también mucho de simbolismo y sospecho es una de las varias nuevas costumbres que llegó para quedarse a partir de la peste del coronavirus.
En la Biblia existe un pasaje referido al calzado:” Y estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos y vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desnuda en su mano. Y Josué yéndose hacia él le dijo:
– ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?
– Y él respondió: No, más Príncipe del ejército de Jehová, ahora he venido.
– Entonces Josué postrándose sobre su rostro en tierra le adoró; y dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo?
– Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: Quita tus zapatos de tus pies; porque el lugar donde estás es santo. Y Josué lo hizo así» (Josué, 5:13-15).
Dejar los zapatos a la entrada de la casa es ahora una costumbre universal. Otros estilan rociar las suelas con agua y lejía, hasta que se ven en la necesidad de cambiar de parquet debido al poder corrosivo del hipoclorito de sodio. Mejor es el alcohol.
Algunas costumbres están cambiando de manera casi imperceptible y cambiarán más.