Con la llegada a Tacna de numerosas familias italianas se reforzó la afición por el cultivo de la uva, supongo iniciada por los primeros españoles y la producción de finos vinos, algunas veces comerciales y otras para consumo familiar.
Una de estas bodegas de gran prestigio por la calidad de sus productos era La Cicagnina, de la familia Bacigalupo, ubicada a la altura de la cuadres 9 de la Avenida Bolognesi, cuando a espaldas de las casas con frente a la avenida comenzaba a dibujarse el laberinto de callejones para llegar a las chacras.
Guido Bacigalupo era muy popular no solo por sus vinos sino por sus tres guapas hermanas Ondina, Nancy y Marilú y era todavía un niño cuando una de ellas contrajo matrimonio con un señor Malatesta, de la ciudad de Lima.
Las fiestas de los italianos eran para grandes y chicos, personas mayores y niños confundidos como una gran familia. En la fiesta de ese matrimonio fue que aprendí a bailar la tarantela, de manera sencilla, moderna y alegre como la entendemos en esta parte del mundo, aunque los orígenes del baile napolitano se confunden con la idea de curar la locura producida por la picadura de la tarántula.
Enormes fuentes de lechones asados al horno, patos, pastas, frutas y deliciosos postres formaban parte del banquete generoso de los anfitriones, que atendían a sus visitantes en los espaciosos jardines con mesas ubicadas bajo parras cargadas de racimos de uva.
Mientras los adultos departían en esos ambientes, los niños incursionábamos en el huerto para visitar los corrales de chanchos, patos y gallinas, conejos, cuyes y jaulas de palomas.
Aparte, en un ambiente frio, húmedo y oscuro estaba la bodega de largas filas de toneles de vino que es la mejor manera de conservar la calidad de esos licores.
El salón de baile estaba a la entrada y también salida de La Cicagnina, iluminado con arañas de varios focos, sillones de cuero ocupados por las damas y una gran radiola para los discos de vinilo.
Una chica mayor fue la que me invitó a bailar, me sacó del rincón del que miraba a los bailarines y pese a mi inicial resistencia no me quedó más remedio que comenzar a entender esos divertidos pasos y participar de la diversión. Una entretenida relación con las tarántulas.