Tacna es la capital del patachín, me comentó un día Oscar Vargas Romero y en cierto modo tiene razón. Los desfiles por la plaza son una costumbre muy arraigada que como todo en la vida tiene su lado bueno y su lado malo.
Lo bueno es que se trata de un espectáculo que además incentiva el amor a la patria, la voluntad de expresar orgullo por el grupo, colegio, institución pública o privada por la que se desfila y una manera de manifestar cariño por lo nuestro.
Lo malo es que son precedidos de ceremonias ajenas al público y a la mayor parte de los marchantes, que no logran ver ni escuchar lo que sucede en el altar de la patria.
Uno, dos, tres, cuatro
Izquierda, izquierda, izquierda derecha izquierda.
Uno, dos, tres, cuatro.
Pie izquierdo con el sonido del bombo, gritaba el instructor militar y entre asustados y obedientes alzábamos los brazos a la altura del hombro del que estaba adelante y los pies lo más alto que podías.
Uno, dos, tres, cuatro
Izquierda, izquierda, izquierda derecha izquierda.
Uno, dos, tres, cuatro
Obligado los 28 de julio y de agosto, el día de la Bandera (7 de junio) aniversario del colegio o de la rebelión de Francisco Antonio de Zela. Motivo siempre habrá.
Los batallones de escolares esperan turno para desfilar en las calles Zela y Bolívar, paralelas a San Martín, además de las transversales en una larga espera, tan larga que de pronto comienzan los desmayos de los que salieron apurados sin tomar desayuno.
Vendedores ambulantes y tiendas cercanas se encargan de proveer sandwichs, galletas y gaseosas mientras a lo lejos se escucha el sonido de las bandas militares.
Pasar frente a la tribuna oficial es la meta del día y debemos hacerlo con el mayor entusiasmo, olvidando la larga espera y con la satisfacción de cumplir un deber patriótico.
A veces el rompan filas llegaba a la altura de la Catedral y triste era cuando nos decían que debíamos seguir en correcta formación hasta el local del colegio, con una hora más de pesada caminata, pero una sonrisa satisfecha de haber marchado.