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domingo, noviembre 24, 2024

DON MANUELITO VARGAS

En una esquina de la calle San Martín, a una cuadra de la Plaza Zela estaba el almacén de Don Manuelito Vargas, el más cordial de los vendedores de golosinas, que era para lo que íbamos los niños a su tienda, a dos cuadras del 990, frente a la casa de Patiño.

En esa esquina la calle General Varela cambia su nombre por Ica,  esquina en la que ahora existe un chifa, que solía ser visitado por turistas chilenos desaparecidos con la epidemia.

Cuando era niño acudía a la tienda de Don Manuelito, siempre acompañado por el temor que inspiraba su figura de baja estatura y tez sumamente blanca, como la nieve y enormes cejas negras, como los gnomos.

Se empinaba para introducir un brazo de camisa remangada en un enorme recipiente de vidrio y con una mano de dedos también peludos y un trozo de papel despacho cogía una bola de cacao azucarado y sonriente y desconfiado pedía la moneda de 20 centavos antes de entregar la golosina.

Fue una época en la que prevalecían las monedas en las primeras compras infantiles y los billetes verdes de cinco soles sólo aparecían en los cumpleaños y algunos fines de semana. Les decíamos loros y eran capaces de hacernos entrar al cine con una buena dotación de chocolates.

Lo recuerdo de sueter azul marino y mandil blanco que planchaba con sus manos cuando salía hasta la puerta con el fin de observar el paso de los autos y como los gatos tomar un poco de sol, mientras veía pasar la historia de una ciudad siempre ocupada, desde su origen.

Por su puerta vio la Procesión de la Bandera, cada 28 de julio y también los 28 de agosto y como buen peruano aplaudía a las mujeres que cargaban la enorme enseña patria, mientras abajo correteábamos y ayudábamos a sostenerla con nuestras cabezas.

Como muchos personajes de mi infancia se fue borrando de la memoria para vivir en el tiempo de una dimensión desconocida y lo imagino en una esquina visitada por algunos de mis amigos que se fueron con él, lejos de pestes y vacunas, de olvidos y traiciones, que son casi lo mismo y de odios terrenales y gratuitos que nos rebalsan en tiempo de elecciones.

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