La Torre Eiffel es el símbolo de una de las ciudades más románticas del mundo moderno y por mucho tiempo una especie de capital mundial de la cultura, capaz de congregar a los más brillantes exponentes de la literatura y pintura universal.
Era la meta obligada de nuestros más grandes artistas que buscaban allí refugio y compañía de otros genios, tentados algunas veces a excentricidades para sumergirse en una tertulia infinita, a la inagotable bohemia.
Gustave Eiffel fue un ingeniero civil francés que adquirió fama construyendo los primeros puentes para los pesados ferrocarriles, mediante estructuras metálicas fuertes, resistentes y más fáciles de levantar.
Consiguió abreviar tiempos y agilizar el tránsito a un mundo que cambió completamente con la aparición de los trenes, emblema de modernidad, cuando la industria automotriz era incipiente.
Francia fue sede de la Exposición Universal de 1889 y para el evento decidieron construir esta torre de 300 metros de altura, diseñada por los ingenieros Maurice Koechlin y Émile Nouguier, con aportes del arquitecto Charles Léon Stephen Sauvestre.
Eiffel fue el constructor que en base a su bien ganado prestigio aseguraba un resultado que sobrepasó todo lo imaginado en ese momento.
Su genialidad traspasó continentes y fue requerido por el gobierno chileno decidido a quedarse con dos ciudades que mantenía en cautiverio después de terminada la Guerra del Pacífico. Pretendieron hacerlo con obras de menor tamaño pero igualmente espectaculares, con las que buscaban conquistar a sus pobladores.
Encargaron a una empresa subsidiaria de Eiffel et Cie la última etapa de construcción de la catedral de Tacna y la edificación de la Aduana y de la Catedral de San Marcos de Arica.
Viajar a Paris es mirar la torre de 300 metros y recordar a Aznavour cantando La bohème, la bohème…