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sábado, noviembre 23, 2024

OTRA NOCHE JUNTO AL MAR

Durante la temporada de playa, hace muchos años, pasaba la mayor parte del día alrededor de la Nonna María, abuela de mis primos Toty y Yeyo, que gustaba del cangrejito del corazón del erizo y repartía las lenguas de nuestras excursiones submarinas, cerca a la orilla, donde nos esperaba con las piernas cubiertas de arena caliente con la que combatía ese reuma que le trituraba los huesos. Resultaba un remedio mejor que el alcohol de culebra y las picaduras de abeja.

 

Los servicios higiénicos eran precarios pozos sépticos y algunos preferíamos buscar un lugar discreto, lejos de la mirada de extraños y para eso teníamos que caminar hacia el cerro, pasar la carretera y escondernos tras montículos de arena dejados por huaqueros, saqueadores de tumbas.

 

Estas excursiones vespertinas formaban parte de la agenda diaria de muchachos despreocupados de pudores de adultos, en una zona que después me enteré fue un cementerio preinca.

 

La ballena, una playa abierta a un kilómetro de La Lisera, era parte de una de las numerosas excursiones que nos empujaba ese espíritu de explorador y aventurero de adolescentes tratando de descubrir los misterios de la vida. El Planchón, el Cerro de la Cruz o el río inspiraban nuestras caminatas.

 

En mi última temporada de playa, antes de comenzar a trabajar y asumir ese deber inevitable que nos impone la vida, disfruté de carnavales y fiestas inolvidables, con amigos que conservo en la memoria con la sonrisa alegre de una juventud despreocupada y divertida.

 

La Boca del Río fue cambiando esteras por cemento y quiero creer que conserva siempre el encanto de un pueblo pequeño, a orillas del mar, con todas sus “pilares”, su pan de Napa, sus tomoyos y conchitas, sus romances de verano, reinas de carnavales, ramadas y fogatas sicodélicas.

 

Hoy, cuando la noche me premia con un cielo despejado y ocurre la suerte de una estrella fugaz, cruza veloz por mi mente el deseo de otra noche junto al mar.

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