FOTOS WALTER PADOVANI
Buscando una foto antigua, en una pequeña caja de metal donde guardaba cosas viejas de mi niñez, encontré una pequeña navaja, con una vaina que guarda una cuchilla como las que suelen tener los cortaúñas. Un juguete que en manos de un niño equivale a un arma muy poderosa.
Recuerdo fue obsequio de un amigo que dejó las 200 casas, el agrupamiento de viviendas en Tacna, debido a que cambiaron de destino a su padre policía.
Le decíamos el Chato Poma y de tanto decirle chato se me olvidó su nombre, pero viendo la pequeña navaja recuerdo que sentí una gran pena cuando se fue, por tratarse del amigo más cercano que tuve cuando viví en el segundo piso del block B y el chato en el tercero.
Éramos muy niños y solíamos jugar al trompo, bolitas y a ladrones y policías en el jardín que compartíamos con las familias del block C, mientras las niñas saltaban entre cajones dibujados con tiza en las veredas.
Tenía dos hermanas menores empeñadas siempre en jugar con nosotros, pero no les permitíamos por esa marcada costumbre de separarnos por sexo.
Eran muy traviesas, tampoco recuerdo sus nombres sólo que a veces eran ellas las que me buscaban, andaban siempre juntas y podíamos conversar hasta que aparecía el chato celoso y corrían a jugar en el grupo de las niñas.
Las amistades de la infancia generan vínculos que ayudan a formar valores que tienen que ver con la solidaridad y afecto desinteresado y en las relaciones que teníamos con otros niños actuábamos unidos para defender nuestras posiciones en los juegos.
El chato y sus hermanas abrían el programa entretenido de la tarde, después del colegio, hasta que se encendían las luces de los faroles o el grito de Johnny Weissmüller me llevaba rápido junto a una radio.
Al mirar la pequeña navaja regresan a mi mente esos momentos divertidos de los amigos que desaparecen en el tiempo, pero se conservan intactos en una cajita de los recuerdos.