En la esquina de las calles General Vizquerra con Modesto Basadre, estaba una de las varias tiendas de abarrotes ubicadas en los alrededores del agrupamiento 28 de agosto, las 200 casas. Era la tienda de “El evangelista”.
Así conocíamos a ese establecimiento debido a la religión protestante de sus dueños, caracterizada por un comportamiento que trasmite paz y sosiego a quienes profesan, practican y predican su religión.
No recuerdo sus nombres, pero mis amigos sabrán ayudarme, estoy seguro, a identificar como corresponde a estos personajes, buenos vecinos y ejemplares comerciantes.
Generalmente iba a esa tienda cuando me tocaba ir a comprar algo que hacía falta para preparar el almuerzo o algún producto de esos que necesitas urgente y no encuentras en ninguna parte de la casa.
La recomendación de mi madre era ir preferentemente a esa tienda, de las varias que había en el barrio, debido a que estaba segura nunca me harían trampa con el vuelto.
Y es que algunos malos comerciantes suelen aprovechar la inocencia de los niños para engañarlos a la hora de las sumas rápidas y las monedas del vuelto.
A diferencia de su competencia no vendían licor, cigarrillos ni tenían encendida la radio a todo volumen. Atendían con calma, no se apuraban y sonreían con la sinceridad que reflejan rostros sosegados de quienes viven en armonía con su conciencia.
Pertenecer a una familia católica no nos impedía visitar con frecuencia a quienes, sin conocer exactamente su distinta confesión, eran quienes garantizaban con su conducta una mayor seguridad en la calidad de los productos que ofertaban.
Dentro del agrupamiento eran pocos los no católicos, como la familia Blacker, que siempre fue ejemplo también de corrección y humildad cristiana.
Por cuestiones de edad supongo los amigos de la tienda de “El evangelista” habrán partido rumbo al sueño de sus vidas y no sé si sus herederos continúan la tradición que hoy recuerdo con afecto.