El agrupamiento de las 200 casas en Tacna tiene un block de dos pisos, el primero destinado a locales comerciales, en el medio estaba la Heladería Loureiro y otro dedicado a los asuntos administrativos del agrupamiento, en un extremo la farmacia y al otro lado la peluquería de Johnny.
Es de la peluquería que quisiera contarles algo y aunque jamás estuve dentro de ella, puesto que se trataba de un salón dedicado a la belleza de las señoras, tuve relación debido a que mi madre acudía cada cierto tiempo “a que le arreglen el pelo”.
No es mi intención faltar el respeto al peluquero de señoras ni querer burlarme del buen Johnny, pero llamaba la atención, supongo de manera deliberada, por sus cabellos teñidos de rojo intenso o rubio, en una época que todavía no aparecían las modas estrafalarias de estos días. Hablaba en voz alta, para que escuchen todos y era notorio su timbre afeminado.
Supongo sería su manera de hacer propaganda a la peluquería, aunque no la necesitara debido a que en ese tiempo se trataba de una Tacna más chica y el agrupamiento hacía las veces de un pueblito pequeño dentro de la ciudad.
Algunos de mis compañeros de colegio vivían enamorados de Kackeline, una de sus guapas asistentes, versión juvenil de la viuda de Kennedy.
Cuando voy a la peluquería suelo conversar de fútbol y últimamente de las elecciones, pero el tiempo que permanecen las mujeres dentro de las peluquerías me hace suponer que deben conversar de otras muchas cosas y entonces sus peinadores hacen las veces de consejeros, confesores y hasta terapeutas.
Cuando enfermó mi madre Johnny vino a visitarnos más de una vez, preocupado por su estado de salud y la peinó con el cariño de un amigo que tuvimos como familiar.
Dejé las 200 casas hace muchos años y no supe más de él ni de la peluquería, pero queda en mi recuerdo el afecto a un personaje muy querido que supo ganarse el respeto de quienes lo conocimos.