Por la sala de redacción del diario Correo de Tacna, en la esquina de Unanue, en la casa de Luis Banchero Rossi, solían desfilar diversos personajes. Todavía no existían las computadoras, todo era presencial y los interesados en publicar algo debían acudir a narrar su historia a los redactores.
Así fue que conocí a principios de los años 70 a Miguel Ángel Maquera, quien quería que supieran que había regresado de Santiago de Chile a donde fue para estudiar en la escuela de Bellas Artes, en la especialidad de pintura.
Me dijo que no se trataba de un pintor más, que traía un nuevo concepto, una idea que transformaría todo el conocimiento que teníamos en Tacna sobre el arte. Se trata de rescatar el espíritu nacional, nuestras raíces autóctonas, nuestra cultura, una manera diferente de ver la pintura.
Y así lo entendí y seguimos conversando hasta que hubo que cerrar la edición y prolongamos la conversación en mi casa, tomamos unos tragos y el diálogo se convirtió en una amistad que cultivamos varios años. El grito de Maquera titulé la nota.
Tiempo después lo invité a Moquegua, donde pudo realizar una exposición de sus obras en el Centro de Recreación de Villa Cuajone.
La última vez lo vi en un aniversario de Tacna, había viajado con un grupo de periodistas invitados y exhibía sus cuadros en el local municipal, en el Centro Cívico.
Tiempo después supe de su temprana muerte y lamenté más que la partida de un amigo, la desaparición de un gran artista de Tacna, de los que hay muy pocos, como el Quiriro Herrera.
Artistas de la talla de Maquera y Herrera no se dan todo el tiempo. Tienen que pasar años para tener la dicha de encontrar alguien con la esencia del espíritu nacional que plasma en sus obras los detalles que sólo los ojos de un artista pueden observar.
Cuadros suyos cuelgan en las paredes de mi casa y me recuerdan todos los días a un gran pintor que tuve la suerte de conocer.