Mi amigo y colega Agustín Sánchez se refugió varios años en Pichari, una ciudad de la selva, en el corazón del Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro VRAEM, habló maravillas de su gente y el paisaje y me invitó varias veces a conocer la zona.
Confieso que el temor que despierta el VRAEM, por las informaciones que durante años recibimos de los llamados remanentes de Sendero Luminoso, frenó mi curiosidad y deseos de visitarlo.
Agustín murió víctima de COVID y recordando sus relatos cito por ejemplo lo que llamó el Paititi, el legendario reino amazónico, perdido en medio de la jungla con valiosos tesoros precolombinos.
Y es que efectivamente cerca de Pichari existen ruinas inexploradas de una ciudadela de piedra sepultada por una vegetación desde cierto punto impenetrable y misteriosa, esperando ser explorada y rescatada. Son vestigios de una civilización abandonada.
Pichari pertenece a la región Cusco, es uno de los 14 distritos de la provincia de La Convención, al lado Este del río Apurímac y muy cerca de la localidad de Sivia, distrito de la provincia de Huanta en Ayacucho.
Son eficientes productores de café, cacao, yuca, frutas como naranja, lima, plátano y paltas, entre otras, además de cultivos de maní, camote, caña de azúcar, palillo, frijol de palo, palma aceitera, etc.
Ríos, lagunas, cataratas, verdes paisajes de la ceja de una selva infinita son garantía de una experiencia diferente, que nos espera en cuanto sepamos que fueron eliminados absolutamente todos los remanentes del senderismo.
Cuánto daño le hacen al país la subversión y los cultivos de hoja de coca controlados y erradicados en su mayor parte, pero hace falta un último gran esfuerzo para garantizar la paz a residentes y visitantes.
Pichari, como tantos pueblos amazónicos, nos está esperando al otro lado de los Andes.
