Vivió hace dos mil años y murió un día como hoy, crucificado sobre unos maderos en la punta de un cerro, acusado de haber cometido crímenes religiosos y políticos, cuando la pena de muerte se aplicaba rutinariamente en todos los países.
Tenía 33 años de edad y se había dedicado a predicar una ideología revolucionaria que promovía el amor mientras sanaba a los enfermos y se le atribuye hasta la resurrección de personas muertas.
Desde que nació en Belén de Judea, sufrió de persecución debido a que Herodes el Grande ordenó asesinar a todos los recién nacidos ante el rumor que había nacido un nuevo rey de Judea que sería más grande y poderoso que él.
Según las sagradas escrituras su padre adoptivo fue José y su madre la Virgen María y aunque ambos vivían en Nazareth de Galilea, fueron a empadronarse en Belén.
Cuando cumplió 30 años acudió ante un predicador, San Juan Bautista, que con un lavatorio simbólico en el río Jordán hablaba de la purificación del alma y del arrepentimiento. Se sometió humildemente a este rito y luego se apartó durante 40 días en el desierto para hacer penitencia y empezar también a predicar.
Predicaba con palabras sencillas y usaba parábolas de fácil comprensión, rodeado de doce seguidores a quienes llamó sus apóstoles.
Dijo que había que renunciar a los bienes materiales para alcanzar los celestiales, paz y perdón a los que nos ofenden, consuelo a los que sufren, condenaba el divorcio de las parejas, aceptaba que debía ser perseguido por decir lo que pensaba, hambre y sed de justicia para los más pobres, amor a los enemigos, caridad, sinceridad y confianza en Dios.
Con cinco panes y dos peces dio de comer a 4 mil personas, curo a leprosos, convirtió el agua en vino devolvió la vista a un ciego y resucitó a Lázaro antes de predecir la ruina de Jerusalén, la traición de Judas y su propia muerte en la cruz.