Medía casi dos metros de altura, imposible pasar desapercibido en un país de chatos y hablaba generalmente en voz alta, para que escuchen todos los que estaban cerca de él y creo lo hacía para asegurar que los de abajo también. Tenía sus dudas.
Era alegre y su risa también estaba acompañada de carcajadas en alto volumen y el resto del tiempo buscaba pasar desapercibido, tranquilo sin más comentarios que el que hiciera falta en ese momento; no buscaba show, ni pretendía ser el centro de la reunión.
Tenía una gran memoria proporcional con su tamaño. Se acordaba de cada detalle de cómo estábamos vestidos y lo que el loco le dijo a la sorda y el diablo a la quinceañera.
Su padre, Rómulo Boluarte Ponce de León fue alcalde de Tacna, entre los años 1967 y 1969 y sus abuelos eran los dueños del cine Colón, en el Centro Cívico, demolido y reemplazado luego por un edificio del seguro social.
Terminamos juntos la secundaria e ingresamos a la Escuela Normal Champagnat, donde concluyó estudios de pedagogía, trabajó un tiempo en la Southern Perú Copper Corporation, aunque siempre le advertí habilidad para los negocios, los emprendimientos y para hacer amigos en todas partes.
Uno de sus últimos cumpleaños, creo el último, quiso celebrarlo como pocas veces, rodeado de sus compañeros de aula de la primera promoción del Colegio Champagnat de Tacna, aquí en Lima, en un club privado en Miraflores.
Y ahí estuvimos un grupo numeroso junto a otro grandote, no solo de estatura, el Hermano Fernando Gonzales, nuestro tutor y guía, los anfitriones fueron su esposa, hijos y hermanos.
Creo que sospechaba que le quedaba poco tiempo entre nosotros y se quiso despedir con una sonrisa y la alegría de verse rodeado de quienes más lo apreciamos y hoy lo extrañamos.
Recordar amigos, entrañables como Hernán, es un modesto homenaje a quien se comportó siempre como modelo de franqueza y decencia, tan escasas en estos tiempos