Dos veces conversé con Luis Bedoya Reyes, fallecido a los 102 años de edad. Una cuando visité la oficina de Mario Polar Ugarteche, que compartía con Bedoya, en el Jirón Camaná, en el centro de Lima y la otra en su casa, junto con Alberto Andrade Carmona y Alberto Peyre.
En ambos casos disfruté de sus ocurrencias y perpetua sonrisa y es que supongo, no sé, puede que su gran nariz haya sido objeto de continuas bromas, en su niñez, que supo responder con chistes más graciosos y se convirtió en hábito lo que fue el signo de su especial personalidad.
Para todo tenía una frase ocurrente y esa facilidad para improvisar respuestas precisas, agudas, ingeniosas le hicieron ganador del mejor recordado debate político transmitido por la televisión peruana, cuando derrotó al hasta entonces favorito de las encuestas, candidato de la coalición de la unión nacional odriista y del partido aprista, Jorge Grieve.
Lo aplasto con su verbo gracioso, inteligente, mañoso, habiloso, chistoso y fue el paso decisivo para convertirse en alcalde de Lima, donde pese a las circunstancias políticas adversas, consiguió hacer realidad la construcción de Paseo de la República, la vía rápida más conocida como el zanjón, por donde discurre también el servicio metropolitano de buses.
No debieron esperar su muerte para ponerle su nombre al zanjón, pero no nos extrañe que un día de estos comencemos a conocer esa vía con el nombre de Luis Bedoya Reyes.
Había formado parte del partido Demócrata Cristiano, cuya ala izquierdista encabezada por Héctor Cornejo Chávez se alió a la dictadura de Juan Velasco Alvarado.
Él en cambio se arriesgó y fundó el Partido Popular Cristiano con relativo éxito político hasta estos días, que tendrá que ser refundado luego de quedar eliminado en las elecciones del 11 de abril, por no pasar la valla electoral. Dudo equivocarme esta vez.
Uno de los más graves problemas que siempre enfrentó el PPC, como ocurre con otras instituciones, es usar el nombre de cristiano y hacer pocos méritos para merecerlo.