Al cumplirse un aniversario del Centro Federado de Periodistas de Tacna, que preside David Cárdenas, me permito alcanzarles una nota con el ánimo de contribuir a mejorar la imagen de los hombres de prensa y un fuerte abrazo.
La sociedad, la costumbre, el tiempo y la evolución de los medios de comunicación le asignan un rol fiscalizador al periodismo y muchas veces, por denuncias que se hacen a través de los medios, se conoce algún triste capítulo de la corrupción.
Pero es poco lo que se habla de la corrupción en el interior de los medios, en nosotros los periodistas, desde los propietarios de los medios, directores, jefes, redactores principales o reporteros.
En Quito, Ecuador, existe una revista especializada en temas de periodismo que se llama Chasqui y un artículo del periodista uruguayo Enrique Roldós, quien recuerda que hasta hace algunos años, los dictadores asesinaban o encarcelaban a los periodistas.
Admite que los medios forman parte de conglomerados económicos y responden a condiciones en las que muchas veces el peso de los anunciadores es lo que va marcando el rumbo editorial. Eso hace retroceder a los periodistas hasta embotarse y refugiarse en la información oficial.
Otras veces aquello que aflora como denuncia es una simple filtración de algún grupo de poder que actúa frente a alguien que les está resultando incómodo.
La corrupción compra no solo periodistas sino al medio, a las autoridades y cualquier otro sujeto que ponga en peligro sus lucrativas actividades.
La corrupción en el periodismo no se circunscribe al ámbito político, económico y financiero sino también en lo policial, judicial o deportivo. Inflar a jugadores o equipos suele ser la faceta más frecuente.
Odebrecht repartió millones de dólares entre medios de comunicación y periodistas, que hoy silencian ese capítulo de vergüenza para el periodismo nacional. Confío algún día se sepa toda la verdad, esa que ahora callan quienes se ufanan de honestos y fueron cómplices de la mafia brasileña.