Me encontré un día con este viejo amigo, colega, maestro del periodismo, quien había llegado a Trujillo, entre otros propósitos, para visitar al también amigo y colega Homero Zambrano. Escribí una columna sobre este personaje cuyo recorte, como muchos otros, perdí en el laberinto de las mudanzas, debido a mi descuido. Pero no olvido lo conversado así que, me dije a mi mismo, vuelve a escribir esa columna, que seguramente pondré lo mismo, con el mismo afecto, admiración y cariño de siempre y es que Justo es uno de esos personajes que por su modestia tan grande como su conocimiento de la vida, despierta entre sus amigos ese sentimiento de gratitud hacia quienes son ejemplo viviente de la forma como debemos actuar de manera correcta, en un oficio expuesto siempre al riesgo de reacciones a veces exageradas de quienes pueden resultar heridos cuando se revela alguna verdad.
Estuvo en “Ultima Hora” el diario que sospecho considera algo así como su alma mater, el tabloide que se adelantó a su tiempo y usó la replana, la jeringa que se apoderó de sus páginas para comunicarse con el pueblo en el idioma de la calle, de la esquina, de la cárcel, en el dialecto del futbolista, en las palabras del vendedor ambulante, del canillita, del lustrabotas, del provinciano achorado, del chalaco pendenciero. Escribir en el hermano menor de “La Prensa” era tirar al tacho el diccionario de la real academia para usar el mataburro de La Parada.
Justo supo vencer al tiempo y dejó a un lado las páginas de los diarios para escribir para televisión, para orientar reporteros despistados y señalarles el camino de la noticia, para titular las informaciones con lenguaje sencillo pero impactante, como para que todos entiendan fácilmente que la sociedad se está descomponiendo, que el asesinato y la violación se están haciendo algo cotidiano, que el escándalo, ese que no perdona Dios, le da mucho dinero al negocio. Transitó por América, Andina y Frecuencia Latina en ese trajinar de gitanos que impone un perverso sistema laboral.
La jubilación lo alcanzó en la oficina de prensa del Congreso de la República, donde también hay que reportar todos los días las ocurrencias de políticos cada vez menos brillantes, pero más bullangueros. Le dijeron que ya estaba muy viejo para seguir trabajando, seguramente para hacerle un campito a otro amigo. Pero una vez más tuvo de vencer al tiempo.
Se reúne todas las semanas con los amigos de ayer en un café de Miraflores, para mirar pasar la vida desde el balcón de un segundo piso y recordar las anécdotas de un siglo que se fue con el milenio, para escuchar los mismos chistes que lo hacían reír de un mundo que da vueltas para que lo volvamos a ver y nos demos cuenta que está cambiando.
Pero Justo no cambia, se adapta a las circunstancias y disfruta la alegría de vivir rodeado siempre de su esposa, hijos y amigos que saben que se trata de una persona que hace de este Perú un país de seres maravillosos. (Publicado en La Industria en el año 2000).
Ahora, por la pandemia, encabeza reuniones vía zoom, los martes y viernes de 4 a 6 de la tarde.