Armando Villanueva del Campo fue el gran sacrificado del Apra en las elecciones de 1980. Un sector del partido lo veía como el reemplazo de Haya y resultó candidato a la presidencia. La disputa con Andrés Townsend Ezcurra, les pasó una factura muy grande.
Towsend era un distinguido intelectual lambayecano autor de novelas y libros que tienen que ver con la historia de ese partido, íntimo amigo de Haya, ex presidente de la cámara de diputados, embajador en las naciones unidas y padre de las periodistas Josefina y Anel Townsend Diez Canseco. A raíz de esta pugna termina por apartarse del Apra para fundar el Movimiento de Bases Hayistas.
A Villanueva lo conocí en mi niñez, cuando una fría noche pasé por la plaza Zela, en Tacna y encabezaba un mitin, un pequeño mitin, subido sobre un tabladillo alumbrado por unos pocos focos y respondía a un grupo de odriístas que desde una esquina gritaban arengas contra el Apra. “Ladran Sancho, es señal que avanzamos” dijo Armando citando una frase que no figura en ninguna parte de El Quijote. Y desde ese día me inquietó conocer lo que hacen los políticos, aunque siempre guardando una distancia prudente “ni muy adentro que te quemes, ni muy afuera que hieles”.
Curiosamente al día siguiente vi a Villanueva del Campo en casa de Roberto Vaccaro, amigo de mis padres, que visitaba casi a diario, con frecuencia familiar, para leer diarios y revistas que alimentaban mi interés por los acontecimientos nacionales y mundiales. Lo vi desde lejos y di la media vuelta para no interrumpir.
La siguiente vez fue a fines del 2012, en su propia casa, a pocos meses de su muerte y para una entrevista en la que me contó que adivinaba el fin de sus días, no podía caminar, estaba en silla de ruedas y una celosa enfermera nos había limitado el tiempo debido a dificultades que tenía hasta para respirar. Se acordó de Vaccaro cuando le dije que era tacneño y contó una anécdota de cuando pasaba por esa ciudad procedente de Chile e ingresaba clandestinamente al Perú. Junto a otros exiliados se cambiaban de nombre y uno de ellos no respondió cuando un policía pasaba lista a los pasajeros del bus y entonces, grosería de por medio, le increpó a su vecino que lo estaban llamando.
Conocí dos Villanuevas. Uno joven, dinámico, agresivo, de gestos y ademanes propios de los oradores que seducen auditorios deseosos soluciones a sus problemas. El otro Villanueva, con el que pude hablar de cerca, cara a cara, tenía el cabello cano y una larga barba de anciano cansado de vivir una vida que siempre se mostró muy dura, incluso cuando después de muchos años consigue llegar al poder en 1985, para comprobar que no existe el dinero para los pobres, que los problemas son mucho más que la escasa posibilidad de resolverlos, que es muy poco lo que pueden hacer con leyes que no se cumplen, que son imposibles de cumplir. Que la realidad es que somos un país muy pobre, con muchas y variadas necesidades, que habría que comenzar por resolver el gran problema de la ignorancia, del analfabetismo, de los que leen, pero no entienden nada, de los que entienden, pero no hacen nada. Que se resignan a seguir viviendo gobernados por corruptos.