Hace pocos días publiqué una nota sobre la Pequeña Capilla Sixtina en el balneario de Colán, en Piura, con fotos de Lupe Chávarri, que es una fanática de estas cosas bellas que abundan en el Perú y la historia quedaría trunca si es que no les cuento de otro templo, conocido como la “Capilla Sixtina de América”, que es la iglesia de San Pedro Apóstol de Andahuaylillas, a 40 kilómetros de la ciudad del Cusco.
Nuevamente Lu me abruma de fotografías suyas espectaculares que muestran un altar mayor aparentemente de oro y plata y hay quienes afirman que efectivamente, usaron montones de esos metales preciosos para convertir un lugar de adoración al Dios Sol de los incas, en un sitio cristiano jamás imaginado.
Con la llegada de los españoles se edificó la iglesia y dotó de impresionantes tallados, pinturas y esculturas para conmover a la realeza nativa y convencerla de la certeza de un Dios verdadero, al que adoraban de rodillas los conquistadores.
El vulgo no podía entrar al templo y debían escuchar la misa desde afuera, mientras los sacerdotes se trasladaban al balcón ubicado sobre la puerta principal, para celebrar también allí el santo oficio.
Juan Pérez de Bocanegra se llamó el cura que se jugó la vida por hacer de su iglesia algo impresionante, que estimulara la admiración de los visitantes y lo logró.
Un mural a la entrada muestra de manera didáctica los dos caminos que podemos seguir los hombres. El camino fácil que conduce al infierno y el difícil que nos acerca a Dios.
Atractivos turísticos como esta capilla, comienzan a ver una luz al final del túnel de la epidemia, con la inmunización de las vacunas que confiemos nos devolverán a la normalidad que nos arrebataron tan violentamente.