Para terminar este año escogí un personaje que parece escapado de alguna historia macabra, de algún cuento de terror, que existió en mi infancia y parte de mi juventud y aparecía siempre en los velorios, vestido de harapos, de ropa de algún difunto, con una enorme dificultad para hablar, tartamudeo exagerado y aparentemente alguna enfermedad mental.
Ayudaba a descargar y acomodar las coronas de flores que las familias acostumbran enviar a los velorios para manifestar que comparten el dolor de los deudos.
Condesa cargaba las flores, las ubicaba y para no incomodar permanecía día y noche en alguna esquina y luego ayudaba a trasladar el ataúd y las flores a los vehículos mortuorios.
Caminaba junto al cortejo fúnebre hasta el cementerio y a veces lo hacía trepado en la tolva de una camioneta o camión, respirando el aire puro después de varias horas de estar encerrado en el velatorio.
Recibía propina de los parientes del muerto y compartía los alimentos que solían invitar los deudos en la madrugada, café y licor para combatir las frías noches de Tacna.
Algún mecanismo desarrolló para ser de los primeros en enterarse de los fallecimientos y de los primeros en acudir a los velorios, acompañaba los rezos, recitaba a su manera las oraciones y escuchaba el llanto inconsolable de las viudas, de los huérfanos, de los parientes más cercanos.
Su presencia era parte de la catarsis del duelo y certificaba la importancia del difunto, no asistía a cualquiera y tenía su particular manera de seleccionarlos. Hasta los muertos tienen categorías.
No lloraba como las plañideras, las lloronas a sueldo a las que cantaba Raúl Vásquez, al contrario, su simple presencia, nunca inadvertida, era una invitación a la serenidad, a no perder la cordura, pero sabía que el llanto era necesario para lavar el alma.
Debe haber muerto hace muchos años y no sé cómo fue su velorio, ni si a quienes acompañó estuvieron en su entierro, pero Condesa, como muchos de los que están partiendo en estos días, seguirá en el recuerdo de quienes le tenemos esa deuda de tanto dolor compartido.