Son una especie de moneda infantil y había que tener una buena cantidad, algunas decenas, para atreverse a un intercambio o juego adicional que surgía alrededor de los álbumes que aparecían todos los años.
Jugar a las picas, con las figuritas, consistía en ir lanzándolas por turnos, desde más de un metro de altura y si una de estas figuras montaba otra, parcial o totalmente, el jugador recogía todas las que estaban en el piso.
El asunto comenzaba con la visita de unos señores de terno y corbata que ingresaban a las aulas, con enormes maletines llenos álbumes y sobres de figuritas, que regalaban a cada niño con el compromiso de llenarlos. A veces los sobres traían también pequeños caramelos.
El contenido tenía que ver con temas de historia universal o del Perú, explicados mediante cromos con dibujos o fotos de colores, en papel couché brillante, que debíamos pegar en los rectángulos que tenían estos cuadernos con el mismo número que también estaba impreso en la parte posterior de cada figurita. Al pie una breve descripción del motivo como la batalla de Lepanto, la muralla china o San Martín en la bahía de Paracas.
Otras veces podían ser animales de la selva africana, artistas famosos de las últimas películas, toreros españoles, ciudades de Europa o personajes de la Biblia.
El problema estaba en conseguir los 50 centavos que costaba cada sobrecito, con 4 o 5 figuritas, que vendían en la tienda de la esquina o la carretilla a la entrada del colegio.
En una hoja de papel doblada en cuatro escribíamos todos los números del álbum, que podían ser más de mil y los íbamos tachando a medida que conseguíamos la correspondiente figurita.
En dos palabras: yala, nola.