Veinte años son toda una vida y me atrevo a volver a Trujillo con la idea de andar nuevamente por los mismos lugares y tratar de conversar con la misma gente, aunque sé muy bien que no encontraré a ninguno de Los Tres Mosqueteros, con los que solía disfrutar de grandes almuerzos y amenas tardes de recreo, pero doy fe de la agradable sorpresa de una carretera Panamericana que ha mejorado notablemente, ahora si es autopista, con una vía de ida y otra de retorno, paralelas que aumentan la seguridad y hacen que viajar sea un divertido entretenimiento que ayuda apreciar la expansión de grandes áreas ganadas al desierto en Chavimochic, con nuevos asentamientos, nuevas ciudades en lo que hasta hace poco era un paisaje de arena, que cedió al poder del agua, al avance, al progreso alcanzado por gente emprendedora que sabe producir espárragos, paltas, uvas, mangos, arándanos, alcachofas y pimientos; también hay caña dulce que refuerza la producción de alguno de los tradicionales complejos azucareros de la región.
La producción de Chavimochic en los primeros once meses del 2017 fue de más de 600 millones de dólares, casi 5% superior a lo exportado en el mismo periodo del año anterior; gracias a un crecimiento sostenido atribuido a las paltas y arándanos.
Los especialistas trabajan en forma permanente para introducir nuevas variedades de cultivo, mejorar la productividad de las tierras y aprovechar hasta la última gota de agua en favor de un esfuerzo que es pujante, que no solamente genera miles de nuevos puestos de trabajo con beneficios sociales y reconocimiento de derechos, que no encuentran en la misma actividad informal en las áreas rurales.
La agroindustria ha pasado a ser considerada como uno de los pilares de la economía nacional, gracias al pago de impuestos por sumas que hacen posible invertir para mejorar los servicios básicos.
Dejo la atmósfera enrarecida de Lima para llegar a una ciudad en la que vuelvo a respirar el aire puro de la política provinciana, leal y transparente.
Aquí pelean de otra forma, de una manera diferente, limpia, franca, menos letal. Será que hay tiempo para pensar lo que van a decir, para calcular las consecuencias a veces funestas que acarrea golpear con todo al adversario, con frases que luego no se pueden borrar; no usan esas palabras que otros acostumbran lanzar como balas dirigidas a liquidar, a matar, a destruir y que de tanto usarlas comienzan a perder significado y se convierten en ese derrame de sonidos ofensivos, que se apagan confundidas en el bullicio de pueblos resignados al griterío del ambulante, la bocina de los carros, el ruido de calles congestionadas por la desesperación de llegar a ninguna parte, que es a donde a veces nos lleva la corriente del tiempo.